Cuando decidí meterme en el mundo del marketing digital, lo hice con una ilusión y una fuerza brutal. Emprender sola me sonó a algo maravilloso y me veía muy capaz de ello.
Recuerdo aquellos días de formación en los que estuve metida en tres movidas diferentes: copywriting, ventas y gestión de redes sociales.
Habrá a quien les parezcan muchas, habrá a quien le parezca factible cursar tres temas distintos a la vez. Desde luego que no me arrepiento de ninguna de ellas, pero sí es cierto que nunca nada te prepara para “la vida real”.
Hay personas que creen que emprender sola tiene que ver con la suerte y con ser de una manera en concreto.
Yo no creo en la suerte.
Considero que es como todo: se aprende a serlo. Porque al final, ser emprendedor quiere decir gestionar todas las áreas que tiene una empresa pero tú solita.
¿Que es tela marinera? Ya te digo, Rodrigo.
¿Que cuesta un huevo? Mucho, cartucho.
De momento, en mi «ni larga ni corta» trayectoria en el mundo de la emprendeduría me he encontrado con varios de los muchos problemas que esconde el mágico sueño de los horarios a medida y el trabajar desde la playa que me apetece compartir contigo.
Porque ya conoces los beneficios, pero no todo el mundo está dispuesto a hablar de lo (¡tra, tra!) malamente que te puede sentar emprender.
No le pasa a todo el mundo (gracias a Dior), pero le pasa a un altísimo porcentaje de emprendedores.
Te cogen sudores fríos cuando tienes que poner precio a algo porque consideras que te van a tumbar el presupuesto; así que acabas poniendo un precio irrisorio que te va a dar más hambre que comida.
No es culpa tuya, nadie nos ha enseñado a vender.
Como dijo Arturo García en el episodio de mi podcast «Lo que hay detrás del emprendimiento»: «No te gusta vender porque no vendes. Si vendes, te encanta vender».
A veces se nos olvida que vender no es malo, es dar valor a un recurso a cambio de otro, sin más.
Si estuviéramos engañando con un producto o servicio, vale, vender está mal. Pero cuando aportas una solución a una necesidad, ¿dónde está el problema?
Pues el problema está en que tú emprendes sola y no tienes a otra persona que haga ese trabajo sucio por ti.
Emprender sola significó que si yo quería una marca personal no podía engañar a nadie tras un logo general, por más bonito que fuera. Debía salir mi jeto sí o sí.
Aquí donde me ves, te parecerá que no tengo problemas con ello. Pues nada más lejos de la realidad.
Si eres de carácter tímido no se supera, pero se puede aprender a gestionar.
¿Es fácil? Para nada.
Pero es de vital importancia dar la cara cuando basas tu emprendimiento en una marca personal, así que lo acabas haciendo, aunque no sea el momento más placentero de tu vida. Con el tiempo te acostumbras a todo.
Te va a sonar a hierbas, pero emprender va sobre mentalidad.
No voy a darte la brasa con el tema de pensar en abundancia para que la abundancia venga a ti. Aunque realmente creo en ello y te daré la brasa en otro artículo.
Cuando hablo de «mentalidad de pobre» me refiero a «miedo al éxito». Existe, palabrita, aunque parezca que no podemos tener miedo a triunfar. Y, para más inri, es complicado detectarlo en una misma.
Nosotros tenemos, por herencia familiar, una opinión respecto a nuestro entorno que está muy ligada a nuestra infancia. Y es que llevamos toda la vida escuchando cómo de negativo es tener dinero.
Te convierte en un ser despreciable, avaro. O la otra vertiente, que es la que más gracia me hace: si tienes dinero lo habrás logrado con estafas o practicando negocios poco legales.
Bueno, no quiero extenderme demasiado en este problema porque me conozco y no pararía. Prefiero que escuches las palabras de los expertos.
Puedes escuchar a David Lanzas, que vino a mi podcast a hablar sobre todo esto en el episodio 15 «El dinero» y dejó perlitas maravillosas que te recomiendo muy fuerte que tengas en cuenta porque te van a ayudar mil.
Por si no sabes lo que es, te dejo la imagen.
¿Ves cuántos brazos tiene? Pues para emprender y ganar pasta, necesitarás tener más que ella.
Porque de repente no se trata de solo saber hacer tu trabajo, sino que:
Y todo esto solita y sin un maldito euro en el pocket.
Por eso te aconsejo que a esa lista que te he hecho yo le añadas «meditar», porque lo vas a necesitar.
Si te apetece profundizar en este tema, tienes el episodio 12 en el podcast, «Ansiedad por exceso de trabajo», una reflexión sobre cómo puede afectarnos a nivel emocional este problema que, a priori, le damos menos importancia porque «peor sería no tener trabajo». ¿No lo has oído nunca?
¡Y ahora sí, redoble de tambores, por favor! En la cúspide de los problemones de emprender tenemos…
¡Al único!
¡Al inigualable!
Ya lo conoces, se habla mogollón de este síndrome que sufrimos muchas. Se habla en cantidades ingentes de puertas para fuera, pero pocas veces se admite que una lo sufre en sus propias carnes.
En mi caso te digo que lo tengo ahí, bailando alrededor. A veces, el «mamonasso» me toma de pareja de baile y no me suelta ni para pedirse algo en la barra, pero a ver, como ya he repetido a lo largo de este artículo: todo es cuestión de aprender a convivir con nuestras movidas y saber cómo gestionarlas.
El síndrome de la impostora es supercruel.
Hace que los éxitos que tienes y las cosas buenas que te ocurren, por norma general en el trabajo, parece que sean resultado del azar y la suerte.
Eso provoca que te invada la sensación de que estás engañando a las personas que te reconocen los logros y que los vas a decepcionar cuando descubran «la verdad».
Es un fenómeno psicológico que puede provocarte un cuadro de ansiedad severo porque nunca te encuentras a la altura de las circunstancias y eres incapaz de aceptar que mereces lo obtenido gracias al fruto de tu trabajo.
Te voy a contar un secreto, tronqui, y es que las personas que más lo sufren son las más capacitadas.
Cuanto más sabemos, menos creemos saber.
Hay una frase que me parece maravillosa sobre este tema y es la siguiente: «La ignorancia crea una confianza más frecuentemente que el conocimiento».
Este síndrome tiene en mi podcast un episodio para sí mismo: «Síndrome del impostor».
Ni por asomo.
Solo que tiene cosas buenas y malas, como todo en esta vida. Se habla mucho de las buenas y yo quería dar un repaso a las malas.
Yo, de momento no lo cambiaría, porque por más que me queje, cuando pienso en cómo era la vida de curranta por cuenta ajena, me sale del corazón eso de: «Virgencita, virgencita, que me quede como estoy».
Es duro, sí, pero es mío.
Y otra cosa de la que no se habla y me parece muy positivo remarcar, es el crecimiento personal al que te ves abocada cuando emprendes.
Debes salir de la zona de confort tantas veces, que sí o sí creces, te expandes, y acabas entrando en una espiral de aprendizaje constante que solo puede enriquecerte como ser humano.
Así que, teniendo en cuenta que yo no cambiaría mi modo de trabajo (de momento, que nunca se puede decir de este agua no beberé), a pesar de todas las mierdas que te he explicado sobre emprender (que no son todas ni mucho menos) te recomiendo que si estás pensando en lanzarte a la piscina, hazlo.
Si se te ha pasado por la cabeza, hazlo, porque te espera una aventura increíble.
Para volver a trabajar para otro, siempre tienes tiempo.
Hola Blanca, soy Raúl Bullido Garay de LinkedIn.
Este post va directo a mi libreta de la Editorial que quiero fundar.
Muchas gracias por el lenguaje tan cercano y sincero de tus consejos.
Y enhorabuena por lo que has conseguido y por lo que conseguirás más.
Saludos.